En la filosofía Montessori, el niño se enfrenta en cada elección de material a un reto consigo mismo, durante su manipulación se enfrentan al error; la tapa no cierra, el cuchillo no corta, se cae el pegamento, el número no corresponde con el conteo, etc., el adulto observa y podrá intervenir únicamente para brindar la ayuda necesaria y en caso que el niño lo permita pues en ocasiones son ellos mismos los que desean enfrentarse a retos cada vez mayores, saben que hay un riesgo de no poder terminar un ejercicio con éxito (cualquiera que este sea) pero saben que tienen muchas oportunidades para repetirlo y lograr la satisfacción que buscan.
El error forma parte del aprendizaje y se cambia la perspectiva sobre el miedo a cometer errores, permaneciendo esta idea en su vida futura.
Esta visión es entendible para nosotros como padres y madres, pero a la hora de la práctica puede que dudemos en nuestro actuar debido a nuestros propios condicionamientos.
En esos momentos puedes hacerte esta pregunta: ¿Desde dónde hago esto? ¿Desde el miedo o desde el amor? ¿Desde el miedo que me lleva a evitar una determinada situación? O ¿Desde el amor que me hace desear lo mejor para mis hijos aun cuando eso conlleve atravesar mis miedos?
Cuando lo que pienso, lo que siento y lo que hago están alineados y, además, hay un horizonte claro al que elijo dirigirme, eso me da criterio, estabilidad, coherencia y paz.
Para poder alinear lo que pienso, lo que siento y lo que hago, primero debo ser consciente de mis pensamientos y mis emociones para poder, a través del cuerpo, tomar acción.
La coherencia culmina con la acción.
Todos hacemos lo que podemos cuando de hijos se trata, incluso nuestros errores están al servicio de un proceso evolutivo global. Ofrecer disculpas después de haber “metido la pata con ellos” no te quitará autoridad, sino que ayudará a estrechar el vínculo. Les enseñarás con tus actos que reconocer el error nos posibilita a repararlo en la medida de lo posible y aprender de ello.
Volvamos a la práctica; la ayuda que puedes brindar en esos momentos es motivar a que busquen otra solución a través de preguntas como las siguientes:
- ¿Cómo crees que podrías…?
- ¿Qué puedes usar para…?
- ¿Dónde consideras que puedes colocar tu pie, las manos?
- ¿Cómo vas a bajar, subir?
Cambiando nuestro lenguaje estamos ayudando al niño a pensar por sí mismo, y una última recomendación; acepta la solución que tu hijo eligió, de lo contrario, coméntale tu punto de vista con la simple idea de dar tu opinión sin tratar de cambiar el de él.
Cuando se presentan estos momentos, aprovéchalos para reflexionar en familia al respecto, revisar, reafirmar o afirmar la toma de acuerdos, revisar si es necesario modificarlos respecto a la edad de nuestros hijos e hijas, nuestros valores y estilo de crianza.